Por: Fernando Salgado MD
A diferencia de la política ética y enfocada en el desarrollo, la politiquería es una forma distorsionada y oportunista de hacer o ejercer la política, en la que los intereses personales o de grupo prevalecen sobre el bienestar colectivo.
La politiquería se caracteriza por el uso de estrategias manipuladoras, promesas vacías, prácticas deshonestas y clientelistas para obtener y conservar el poder.
Este fenómeno se vincula directamente con diversas problemáticas que afectan a las democracias y a la calidad de vida de los ciudadanos.
En el caso de Colombia, la politiquería ha alimentado la corrupción durante varias décadas al priorizar intereses particulares de personas y familias muy conocidas por estas prácticas, quienes a pesar de la enorme evidencia continúan inmunes ante la Justicia, algo que nadie entiende, aunque lo cierto es que esas prácticas también han llegado a las altas cortes, tribunales, despachos judiciales y los entes de inspección, vigilancia y control del estado.
Los politiqueros suelen utilizar su posición para enriquecerse, y concentrar poder, desviando recursos destinados al desarrollo social hacia sus propios bolsillos, generando un círculo vicioso en el que se deterioran las instituciones, se incrementa la desconfianza ciudadana y se perpetúa la desigualdad y la pobreza multidimensional.
En muchos casos, como se ha evidenciado en el financiamiento de las campañas a la Presidencia de la República en los últimos años, esa politiquería ha llegado a establecer vínculos con el crimen organizado por conveniencia mutua, en el que políticos y funcionarios públicos corruptos permiten e incluso protegen actividades ilícitas incluido el narcotráfico a cambio del financiamiento ilícito de esas campañas o apoyos con votos y hasta la intimidación para garantizar el triunfo.
Este nexo es lo que más ha debilitado el estado de derecho en Colombia y ha permitido que verdaderas organizaciones criminales influyan en las decisiones públicas y políticas, afectando la seguridad y el bienestar de la población en especial los más pobres y vulnerables.
Y qué decir del clientelismo, una práctica común de la politiquería, donde se intercambian favores, bienes o promesas a cambio de votos o la lealtad política, perpetuando la dependencia de los ciudadanos hacia los políticos, en lugar de promover soluciones estructurales que favorezcan su autonomía y desarrollo.
Así, se erosiona la democracia al convertir el acto de votar en un intercambio interesado en lugar de una decisión consciente y colectiva.
La politiquería no solo distorsiona la esencia de la política como herramienta de transformación social, sino que también actúa como un catalizador para la corrupción, el crimen organizado y el clientelismo.
Para combatir estos fenómenos, es necesario fortalecer las instituciones, erradicar la propaganda, el populismo, y acabar esa absurda e inconveniente polarización política y sobre todo, fomentar especialmente entre los más jóvenes, la educación cívica, la formación en valores y exigir de quienes ejercen la política, un comportamiento ético y el compromiso con el bien común.
Y a los servidores públicos que se dediquen a eso, a servir no a servirse de los demás. Solo así se podrá garantizar una sociedad más justa, transparente y equitativa.