El Portal de las Américas, el nuevo Bronx

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Durante muchos años el sector comprendido entre la Carrera Décima y la Avenida Caracas y entre las calles 6ª y 12 de Bogotá fue un sector residencial para familias de clase media y de pequeños establecimientos comerciales como cigarrerías, droguerías, lecherías, ferreterías y ventas de ollas, vajillas y accesorios para la cocina. 

Había también un Plaza de Mercado en donde todos nos saludabamos por el nombre, cafeterías y uno que otro bar. 

Esa zona, ubicada en pleno centro de la capital, a pocas cuadras de la Alcaldía Mayor, la Presidencia de la República, la Cancillería, el Batallón Guardia Presidencial, la Iglesia del Voto Nacional y la Policía Metropolitana vivían poetas, periodistas, congresistas, militares y policías de alto rango.

Carlos Lleras Restrepo, el presidente de la época, solía bajar caminando por la calle 10, desde el Palacio de San Carlos, sede de la Presidencia, hasta el Batallón Guardia Presidencial acompañado apenas por un escolta. Todos los días, a las cinco de la tarde, la guardia presidencial y su banda subían al relevo de la guardia en el palacio de gobierno. Los niños los acompañabamos porque aprovechábamos para quedarnos a jugar emocionantes partidos de banquitas en donde hoy están los jardínes de la Casa de Nariño. 

Había escuelas y colegios a los que íbamos solos a pie sin más riesgo que terminar jugando billar en la mitad del camino.  

Pero un día llegaron personas extraña que montaron lo que en ese momento madres y abuelas bautizaron como “bares de mala muerte” en donde además de vender licor a ritmo de boleros y rancheras, se ejercía la prostitución. Salvo a ellas, y una que otra novia celosa, a nadie le preocupó el asunto.

Detrás de ellos y ellas llegaron los marihuaneros, como llamaban entonces a los jóvenes que se atrevían a probar la marihuana y a los jíbaros que se la vendían. Tampoco hubo gran conmoción. A casi nadie le parecía un problema. Ni siquiera a los curas de la parroquia que eran algo así como el faro moral de la época.

Recuerdo que las mamás, las tías y las abuelas decían que se trataba de muchachos malcriados que poco a poco entrarían en razón y abandonarían el vicio. Pero eso no pasó. Al contrario, esos muchachos empezaron a robarse la licuadora, el transistor, la máquina de escribir y las joyas de la casa para financiar su adicción a la marihuana, y al bazuco que por esa época se empezó a distribuir en la misma zona.

Quiénes no lograban conseguir plata en sus casas por las buenas o por las malas, empezaron a salir a las calles a robar y atracar personas. Las mamás nos prohibieron salir a la calle después de las 6 de la tarde y evitar las malas compañías. Pidieron una intervención de la Policía que nunca llegó. 

Viendo que no había mayor reacción por parte de la policía, ni del ejército porque también acudieron en busca de ayuda al Batallón Guardia Presidencial poco a poco los vecinos poco a poco se fueron marchando hacia La Soledad, Teusaquillo, Chapinero, la Castellana, La Floresta y otros barrios de Bogotá. Algunos ni siquiera se preocuparon por arrendar o vender sus locales, casas o apartamentos. Simplemente los abandonaron.

En su reemplazo llegaron personajes qué, además de vender drogas, licor adulterado y armas se fueron apropiando de comercios, casas,  apartamentos y edificios completos. Primero los arrendaban o compraban a muy bajo precio, después simplemente los ocupaban ellos o sus clientes los consumidores de basuco. Así nacieron las llamadas ollas del microtráfico en Bogotá.

Esa zona se conocería años más tarde como “La Calle del Cartucho”. Sitio al que le tenía miedo todo el mundo, incluida la Policía y el Ejército que decidió trasladar el Batallón Guardia Presidencial para unas cuadras más arriba aprovechando que la Presidencia pasó del Palacio de San Carlos al Palacio de Nariño.

Pero no fue la única zona cuyos habitantes fueron desplazados por la violencia, las amenazas y el poder del narcotráfico y la delincuencia. 

A pocas cuadras de ahí, pasando la Avenida Caracas hacia el Occidente, entre las calles Séptima, a una cuadra escasa del Comando de la policía Metropolitana de Bogotá y hasta la Calle 13 cerca al Hospital San José ocurrió un fenómeno similar. 

Poco a poco, almacenes de repuestos para vehículos, graneros y distribuidores al por mayor de alimentos y elementos para el hogar fueron abandonados ante la mirada indiferente de las autoridades. 

Así nació el Bronx, que hasta hace muy poco era como la versión bogotana del infierno. De lo que pasaba allí adentro se cuentan historias terribles. Se habla de casas en las que ocultaron y asesinaron secuestrados. Se dice qué a los drogadictos irredimibles que no podían financiar su vicio los arrojaban a caimanes o cocodrilos hambrientos. Que en el Bronx, como en barrios de Cali y Buenaventura, había casas de pique.

Así pasaron 20 o 30 años. Hasta que alcaldes valientes, como Enrique Peñalosa, Antanas Mockus y Jaime Castro, cada uno en su estilo, lograron recuperar la soberanía. En el Cartucho construyeron un parque. En el Bronx se supone están construyendo la Zona Franca de la Economía Naranja. Pero se necesitaron muchos años, muchos desaparecidos y muertos en plena Capital de Colombia para ponerle fin a esa pesadilla.

El Portal de las Américas, ¿el nuevo cartucho?  

Pues bien la historia se empieza a repetir. Esta vez en el llamado Portal de las Américas. El periódico El Tiempo nos informa que, desesperadas, las familias que habitan en la zona se están yendo desesperados e intimidados por la violencia  de la primera línea y quienes los apoyan y financian.

Cuenta el diario qué el valor de las viviendas está por el suelo. Que nadie quiere comprar o arrendar una casa o un apartamento en esa zona salvo quienes se están apropiando de esos inmuebles para convertirlos en bodegas de armas y drogas ilícitas fungiendo como vecinos del barrio.

“Las rejas de los conjuntos se convirtieron en pasadizos de agua, alcohol, alimentos y municiones. El administrador del conjunto instaló una polisombra para evitar esa situación, pero los vándalos la quitaron. Al ver esto, les dije: ‘¿Qué les pasa?’. Y se armó el problema. Salieron los vecinos que los apoyan y nos agredieron a mi familia y a mí; en eso, uno de los de la primera línea me miró y me dijo: ‘Los tenemos en la mira y si no se van, los quebramos’ ” Le contó al diario uno de los habitantes del sector.

“Por las casas que antes se vendían a 200 millones ahora no están ofreciendo ni 120 millones, eso se ha bajado al 50 por ciento, porque nadie quiere comprar en el sector y la gente ha tenido que irse a vivir a otros lados y poner las casas en arriendo, pero tampoco las toman en arriendo; por un arriendo que antes valía 700.000 pesos, ahora por ahí están ofreciendo 500.000 por un mes”. Le contó otro al reportero Janathan Toro.

No obstante en algunos casos los apartamentos que se toman en arriendo son ocupados por los mismos violentos para tener allí sus centros de operación. Así, como indicó una fuente que solicitó mantener su identidad en reserva, “el conflicto se ha trasladado al interior de las zonas residenciales y no sé puede hacer nada”, denuncia la publicación.

Si. La historia se repite. 30 años después empieza a crearse otro Bronx, otra Calle del Cartucho. Otra vez la indiferencia, incapacidad e indolencia de las autoridades le deja el espacio libre a las mafias y terroristas para que asuman el control de amplias zonas de Bogotá. La Capital de Colombia. 

Otra vez, ni la Alcaldía, ni los 6 Generales de la Policía Nacional parecen estar enterados de la gravedad del problema o muestran interés por solucionarlo. Por el contrario, mienten sobre lo allí está ocurriendo y tratan de ocultarlo con anuncios vagos.

En pleno Siglo XXI, el Estado Colombiano no es capaz de ejercer autoridad y soberanía en la capital del país. La alcaldesa parece más preocupada de los pleitos políticos de su partido y su esposa que por gobernar. La Policía de Bogotá guarda silencio. 

Y al Presidente de la República y su Ministro de Defensa, simplemente no les importa.

Si. El Portal de las Américas será el nuevo Bronx. El nuevo Cartucho. Para desgracia de sus indefensos habitantes, gloria de vándalos, terroristas y narcotraficantes. Para vergüenza de Bogotá y su gobierno.

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