
Por: José Obdulio Espejo Muñoz
Como muchos columnistas de opinión, trato de convencerme de que escribo con objetividad y equilibrio, dejando a un lado la carga emocional y el backgraund ideológico, político y social que hace parte de mi ser. Con todo, en esos instantes de reflexión, recuerdo al gran Ryszard Kapuściński cuando dijo que los buenos periodistas no podemos ser objetivos a la hora de narrar las vicisitudes de los pueblos.
Es usted, ministro de Defensa, una especie de cómplice de los atentados terroristas de esta madrugada en Florencia y de ayer en Cali y en Amalfi, Antioquia. Su silencio frente a estos episodios luctuosos no tiene justificación, como no la tiene el hecho de que continúe obedeciendo las órdenes de su comandante supremo, el verdadero y único culpable de que el país haya retrocedido en materia de seguridad varias décadas.
Dado su experticia en materia de defensa y seguridad, en mi calidad de militar veterano no entiendo como usted jamás ha alzado su voz en contra de la Paz Total, experimento de principiantes en políticas de paz que hoy tiene a Colombia a merced de terroristas y delincuentes y que continúa haciendo parte de la terca, tozuda e inocente agenda pública del presidente Gustavo Petro.
Este y otros desatinos suyos, desconciertan. Por ejemplo, escucharlo en una rueda de prensa anunciando que el ELN dio muerte a uno de los presuntos autores intelectuales del magnicidio de Miguel Uribe Turbay el mismo día que la esposa confirmo su deceso –un tercero haciendo su trabajo– o verlo compartiendo tarima en plaza pública con reconocidos y abyectos criminales en un mitin político con tintes electorales inocultables –todos ellos cumpliendo justas condenas–, me obliga a decirle con total honestidad: «Si le queda una pizca de honor militar: ¡renuncie!»
Ministro: existen delgadas líneas rojas que jamás se deben cruzar y opino que usted ya cruzo varias. Recuerdo escucharlo argumentar, cual inocente imberbe, que se enteró a última hora de la presencia de malhechores de todos los pelambres en la plaza La Alpujarra, en Medellín. Aquel día debió haberse retirado discretamente del lugar y luego sostener una conversación seria con el presidente Petro, colocando los puntos sobre las íes y, luego de esa charla, sopesar su continuidad al frente del sector Defensa.
No es manoteando el mueble en los sets de los telenoticieros como usted convencerá a la sociedad colombiana de que no le quedó grande el solio del ministerio de Defensa. Estos arrebatos con tintes actorales contrastan con su cariz sumiso en los interminables monólogos (consejos de seguridad) del cuentista macondiano que habita la Casa de Nariño y que sus compatriotas vemos en la TV.
¡Claro que los que hicimos parte de las victoriosas Fuerzas Militares del pasado vemos con profunda preocupación el actual letargo castrense en todos los frentes!
Sí, ministro, me refiero a aquellas Fuerzas Militares a las que serví bajo banderas y que sentaron a unas Farc derrotadas en la mesa de negociación, pero que en este camino fueron traicionadas por su comandante supremo, por el comisionado de paz y por el jefe de la delegación negociadora del Gobierno. Los mismos que vendieron el honor del soldado colombiano y lo dejaron a merced de la JEP y de la Comisión de la Verdad.
He escuchado cada una de sus entrevistas y sus declaraciones y noto un discurso emotivo y con palabras adecuadas, pero que se volvió recurrente y en nada aporta. Me dicen los que aún están en filas, que es el mismo que les repite a ellos en cada batallón o base. ¡Lo mismo de lo mismo!
Ofrezco excusas a algunos de mis lectores que de seguro conocen de vista y trato al mayor general veterano Pedro Sánchez, flamante ministro de Defensa de Gustavo Petro. Algunos de ellos, en coloquios y conversaciones, me dijeron que tuviera fe en sus capacidades para asumir esta cartera en tan difícil coyuntura y adversas circunstancias.
De hecho, en aquel momento decidí darle el beneficio de la duda, pero mi primer desencuentro con su nombramiento devino de sus entrevistas en reconocidos medios de comunicación. En ese entonces usted mintió cuando aseguró que había renunciado a la posibilidad de escalar en la pirámide castrense por el interés superior de servirle a la patria desde otros escenarios.
Nada más alejado de la realidad, pues, de muy buena fuente, supe que la Fuerza Aérea habría decidido sacarlo de la línea de mando y le tenía como destino último Washington D. C., donde acabaría su carrera militar. Su intempestivo nombramiento como jefe de seguridad presidencial fungió cual milagro que le otorgó una vida extra como en los videojuegos. Luego vino la sorpresiva, pero estratégica movida de ajedrez del presidente Petro que lo llevó a encargarse del MinDefensa.
No pongo en duda su brillante e intachable carrera militar y la de los señores generales y almirantes que hoy regentan a las Fuerzas Militares, pero veo en ustedes a inocentes peones del Garri Kaspárov que nos desgobierna y que odia todo aquello que huela a uniforme de fatiga de las Fuerzas Armadas.
Mi intención no es ser irrespetuoso con su incuestionable legado en las Fuerzas Militares mientras portó el uniforme, mucho menos con las intachables hojas de vida de los actuales altos mandos militares. De ahí que me permito recordarle a usted, a ellos y a sus familiares, amigos y allegados (con y sin uniforme), el título de uno de los memorables boleros de Armando Manzanero: «Nada personal».
Ministro, le escribe con el corazón compungido un humilde soldado del cuerpo logístico y administrativo del Ejército Nacional, que ama este país tanto o más que usted, y que guarda con esperanza que muy pronto envíe a los colombianos un mensaje de grandeza y esperanza.