Seguridad Divina

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Por: Carlos Manjarres Daza 

En Colombia nació una nueva tendencia nacional que apunta a una conclusión más que razonable: así como las plataformas de series han relegado la TV, al igual que los autos a los caballos, la seguridad divina ha relegado a la seguridad del Estado.

Pero: ¿Cómo? La ola de inseguridad presentada en los últimos años da detalles certeros sobre la prescripción de la tradicional seguridad del Estado, entre otras cosas, por su aparente desuso del aparato judicial para procesar criminales y mantener las calles seguras.

Fuera de todo acto de devoción de fé, la seguridad divina, definida como: aquellos cánticos, rezos y peticiones en momentos de suspensos ocasionados por la eventual consumación de un delito ligado al hurto o a la extorsión. Esa es la seguridad que nos acompaña: la divina, la seguridad terrenal está gastando sus recursos persiguiendo borrachos, drogadictos, vendedores de paletas, puestos de arepas y carritos de perros calientes.

Es bastante difícil de entender como el segundo país de Latam que más invierte en gasto militar (USD$9.216 millones en 2020) está sumido en la completa inseguridad.

En el primer mes del año se registraron cerca de 990 hurtos al día en todo el país, lo que indica dos conclusiones nada desfachatadas: o las instituciones de seguridad (desde los uniformados hasta los administradores de justicia) son totalmente ineficientes o los criminales han avanzado tanto en sus estrategias que hace imposible combatirles (afirmaciones que no son excluyentes).

Existe una creencia popular que sugiere que ni la administración de justicia ni los cuerpos policiales tienen alguna utilidad, consecuencia de dicha creencia es la baja cantidad de denuncias que se hacen de los delitos que sí se consuman, y este conocimiento a su vez, deja entre dicho que si cerca de 30.600 hurtos se registraron en el primer mes del año ¿Cuál será la criminalidad oculta de dicho delito? esta criminalidad oculta son aquellos delitos que no llegan a registrarse por la abstinencia de denunciar de las víctimas, cuyo porcentaje siempre se estima mayor al número de denuncias.

¿Acaso hemos aprendido a vivir con el crimen?

Según datos de la ECS, publicados por la CEJ el hurto, las lesiones personales y la extorsión, fueron los delitos que más afectaron a los colombianos en 2020 y que sólo el 27,1% de las víctimas denunciaron el hecho victimizante ante una autoridad, esto es cerca de 3 puntos porcentuales menos en comparación al mismo indicador para 2019 (CEJ).

Este dato está relacionado con el índice global de impunidad que señala que el  57%  de  departamentos  de Colombia se  clasifica  en  un  grado  alto  o muy alto de impunidad. Factor que pone en duda si el problema de la seguridad tiene que ver con el rubro destinado, el cual es muy alto y no ha tenido variaciones importantes o con la manera en que se ejecuta dicho presupuesto.

La responsabilidad del gobierno central es directa cuando este mismo priva a los ciudadanos del derecho a la defensa personal, como lo fue el decreto del ministerio de defensa que prohibió en un primer periodo las armas letales y últimas las armas traumáticas, dejando al ciudadano que cumple con las normas a la merced de delincuentes.

Por las razones y como deducción lógica de los datos anteriormente mencionados, solo queda pedirle a la divinidad no ser parte de la abrumadora cifra que envuelve de vergüenza las estrategias cómodas e ineficientes del Estado para proveer seguridad y poner en peligro nuestras vidas, pues no hay permitido otro medio para protegerse de la delincuencia que la seguridad divina.

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