Por Carlos Gustavo Cano*
EL Estado soy yo. El viejo nombre del despotismo. Frase atribuida al rey Luis XIV en 1665 ante el Parlamento de París, emblema del régimen absolutista aplastado más de un siglo después por la revolución francesa. Los prolegómenos de la libertad, la fraternidad y la igualdad. Despotismo en cuyo remedo sueña el actual mandatario colombiano en medio de sus delirios intergalácticos. Y que, así mismo, de seguro, desembocará en la sepultura de la tiranía más pronto que tarde. Y, por tanto, en el triunfo de la voluntad ciudadana en busca de la restauración de la democracia liberal y las libertades. La cuna de nuestra República.
Sobre el tema, hay que aprender de las iluminantes lecciones del jurista Mauricio Gaona, conocedor insuperable, como su padre, el inmolado magistrado Manuel Gaona Cruz, del derecho y la justicia. Autoridad de clase mundial en estas materias. Otro huérfano del magnicidio narco terrorista del 6 de noviembre de 1985.
Sus doctas denuncias acerca del exabrupto jurídico sobre la llamada excepción de inconstitucionalidad y el control constitucional difuso, que, según el variopinto Min justicia facultarían al huésped de la casa de Nariño para pasearse impunemente por encima de las leyes y así romper el principio de la separación de poderes – el fundamento rector de toda democracia -, son contundentes.
Y mucho más que eso. Una autorizada voz de alarma sobre el peligro más grave que se ha cernido sobre la Nación durante su reciente devenir: la destrucción del pacto social implícito en la esencia de nuestra carta magna de 1991, recién erigida, pero aún no plenamente desarrollada. Otra amenaza contra el estado de derecho.
’El estado tiene que ser como un traje a mi medida’, es la consigna central de todo dictador.
En consecuencia, quien ahora funge de presidente, de seguir al frente del Ejecutivo, quisiera arrasar con las altas Cortes, el Congreso, los contrapesos y balances de los órganos de control y vigilancia, las fuerzas militares y de policía, la autoridad monetaria independiente, la regla fiscal y su comité autónomo, las iniciativas territoriales en cabeza de gobernadores y alcaldes, el bien afamado sistema de salud del país, la educación superior de origen privado. En fin, todo lo que ha venido funcionando bien, y que, por ende, le incomoda en grado sumo.
Un genuino olor a los sistemas totalitarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Pero, sin duda, nada de esto pasará. Las instituciones que hemos edificado los colombianos en medio de tantas adversidades y vicisitudes son más fuertes e inexpugnables que la coyuntura que en esta mala hora padecemos.
Sin embargo, los daños infligidos al aparato productivo no tienen parangón. Una economía hipotecada; el endeudamiento público rayando en las dos terceras partes de su tamaño, tras haberse violado sin sanción alguna durante dos años consecutivos los límites establecidos por ley a través de la regla fiscal; el desbordamiento irresponsable, sin precedentes, de los egresos sobre los ingresos del fisco; y, como resultado, el más abultado descuadre de las finanzas públicas de la historia, camino del ocho por ciento del producto interno bruto, y el desplome de la confianza de consumidores e inversionistas en su porvenir.
Monumental faena la que le corresponderá librar al próximo gobierno y al Parlamento. Monumental responsabilidad la de nosotros los ciudadanos de elegir a los mejores. No puede abrírsele espacio alguno a una nueva equivocación.
*Ex codirector del Banco de la República