
Bogotá está en uno de los peores momentos de su historia.
Los bogotanos están, estamos, llenos de miedo. Miedo a salir a la calle, caminar o conducir un vehículo.
Miedo de ir al banco, un restaurante, a un centro comercial por temor a ser víctima de fleteros, ladrones y asaltantes.
Cuando uno va manejando y siente que se aproxima un motociclista, el corazón se le pone a mil porque, especialmente si trae parrillero, no sabe si va a pasar derecho o de lo que se trata es de atracarlo, romper los vidrios para llevársela la cartera, el celular o el computador que hoy todos tenemos que cargar porque trabajar es una actividad portátil.
El parrillero de las motos debería estar prohibido aunque no sirva de mucho.
En Bogotá los delincuentes se tomaron la ciudad amparados o favorecidos entre otras cosas por los trancones. El otro tormento de la ciudad.
Es como si los contratistas de las obras públicas trabajaran para los motoladrones, los raponeros o los atracadores.
Bogotá siente miedo.
Los bogotanos ya ni siquiera se pueden sentir medianamente seguros en un conjunto residencial o en un edificio alto. Los apartamentos han demostrado que pueden burlar complejos sistemas de seguridad y vigilancia y llegar a grandes alturas.
Los bogotanos tampoco se pueden sentir algo seguros en los centros comerciales. Fleteros y sicarios ya han demostrado, también con lujo de detalles, que pueden hacer de las suyas sin que les pase absolutamente nada.
Ya ni siquiera le temen a las cámaras de seguridad. Saben que la policía y la fiscalía no son capaces de identificarlos. O no quiere identificarlos.
Y lo más grave de todo es que ni la Alcaldia, ni la policía, ni la justicia reaccionan.
Va a ser un mes cuando dos tipos montaron un retén en plena carrera séptima de Bogotá con la calle 97 y hasta la fecha ni la policía, ni la fiscalía han sido capaces de identificarlos a pesar de tener videos de todos los ángulos posibles.
O no les conviene identificarlos, Vaya uno a saber.
La respuesta de la alcaldesa al último ataque de sicarios en un sector exclusivo de Bogotá, la calle 85 con carrera séptima, fue vergonzosa.
Una mezcla de justificación del crimen porque el muerto tenía antecedentes judiciales como si en Colombia hubiera pena de muerte y con impotente reclamo ciudadano.
La alcaldesa, como cualquier ama de casa, se queja de la falta de policía, jueces y fiscales. De justicia.
Pero resulta que a ella la eligieron para que solucionara esos y otros problemas y no para que tuviera un Palacio, lleno periodistas, cámaras y micrófonos, desde el cual quejarse.
A la alcaldesa sus peleas con la Policía, la Fiscalía, los ministros de Defensa y de Justicia y los Presidentes le salieron carísimas. A ella y a los bogotanos porque como suele pasar aquí pagan justos por pecadores.
Esta administración ha quemado varios Secretarios de Seguridad y una decena de Generales de la República a quienes nombraron Comandantes de la Policía Metropolitana como si fuera un castigo y no un ascenso. La última, una mujer que ni siquiera se atreve a dar la cara.
La alcaldesa ya ni siquiera tiene ante quien quejarse. Dice que financió la formación de 1.500 policías, pero que su amigo el Presidente decidió mandarlos para otra parte.
La última genialidad que se le ocurrió fue proponer la creacion de una Policía Local, como si formar agentes, suboficiales y oficiales en la vida real fuera tan rápido y fácil como en un juego de Nintendo.
Y ese es apenas uno de los grandes problemas que le quedaron grandes a la alcaldesa, Claudia López. Tampoco pudo con los contratistas.
Las obras públicas y los contratistas
Desaprovechó la pandemia para adelantar diseños, obras y contratos. Permitió que los contratistas iniciaran la destrucción de lo poco que había sin tener los diseños, las licencias, las autorizaciones y la coordonación con las empresas de servcios públicos.
Los contratistas, que si algo saben hacer es como multiplicar el valor de los proyectos a su cargo, rompieron calles y carreras, tumbaron puentes y cerraron avenidas enteras a las que convirtieron en depósitos de materiales, bodegas de maquinaria pesada y parqueadero de camiones y volquetas.
Los obreros no se ven y cuando están son más los que miran que los que trabajan.
«Los obreros también tiene derecho a descansar” respondió alguna vez la alcaldesa cuando un periodista le preguntó por qué no trabajaban de noche, sábados, domingos y festivos.
Los retrasos en el avance de las obras ya no se cuentan por días y semanas. Se calculan por meses y años.
Mientras tanto la alcaldesa se prepara para dejar andando otro esperpento la destrucción de la Carrera Séptima. Si, la misma que su pareja, la Senadora Angélica Lozano, decía que no se tocaba cuando empezaba su carrera política.
Las obras no avanzan. Las vías están cerradas. Llenas de una tela verde a la que llaman polisombra y que parece inventada para hacer estorbo y esconder delincuentes.
Para eso, para hacer sombra y generar los trancones que favorecen la acción de los atracadores y que tienen al borde de la quiebra a miles de negocios de todos los tamaños y actividades porque a sus clientes les da miedo meterse en ese laberinto apestoso e inseguro en que convirtieron avenidas como la carrera 68 y la calle 100. Bogotá es un caos.
Las elecciones de octubre
Para las elecciones de octubre los bogotanos vamos a tener que ser más exigentes. Mucho más cuidadosos y exigentes con la elección de los concejales y el Alcalde.
Porque hay que decirlo, los concejales, con honrosas excepciones, tampoco han servido de mucho. Son muy buenos respondiendo, Si Señora.
Eso los que se quedaron porque los más pilos dejaron abandonada la ciudad para irse a pelechar en el Congreso.
Ni un solo debate de control políitco que valga la pena registrar y haya servido para presionar a que el gobierno de la ciudad gobierne.
Para que solucione los dos grandes problemas que azotan a Bogotá según todas las encuestas: la inseguridad y la movilidad en ese orden y con un agravante, la una parece alimentar a la otra. Son como la peste.
Los candidatos más reconocidos parecen estar más preocupados en mostrarse en grandes eventos, en ferias y bazares o para hacer spoiler durante el lanzamiento de alguna película de moda que en hacer propuestas serias para los grandes problemas de la ciudad.
De alguna manera hay que entenderlos. A la mayoría de ellos apenas los conocen en sus casas, según la última encuesta de Invamer y están en la etapa de hacerse conocer, mostrarle a la ciudadanía que existen.
Deberían aprovechar para demostrar también que están preparados, que son capaces de gobernar y que tienen claros los problemas de la ciudad.
Decirnos cuales serán sus prioridades y los planes concretos para solucionarlos.
Los bogotanos no los queremos escuchar de sus odios y peleas personales o familiares presentes, pasadas o futuras: Demandamos soluciones.
No creo que los bogotanos debamos preocuparnos si el próximo alcalde es de izquierda, derecha o de centro. Como diría la abuela, no importa de qué color sea el gato en tanto cace ratones.
Debemos preocuparnos de qué sea capaz de gobernar porque no siempre el que ha sido buen parlamentario, concejal, empresario, periodista, activista o secretario resulta ser buen gobernante.
Ahí están Bogotá, Medellin, Cali, Cartagena o Bucaramanga para demostrarlo.
Los bogotanos debemos dar ejemplo y buscar, si la hay, una persona que sea capaz de asumir el reto y dedicarse los cuatro años de su mandato a sacar a Bogotá del pantano y no para iniciar su carrera hacia la Presidencia de la República, el Congreso o alguna ONG internacional como nos ha ocurrido en los últimos años.
Fíjense que ya ni siquiera me atrevo a decir que ese alcalde no robe porque creo que de eso tan bueno no dan tanto.
Ya no hay duda Bogotá se equivocó en la última elección y ahí está pagando las consecuencias.
Es muy importante que no volvamos a meter la pata.
Gracias por esta ahí.