
Por: Fernando Salgado MD
Es evidente que la situación política, económica y social de nuestro país, es cada día más compleja y polarizada. En momentos de crisis, como los que vivimos, y en una fecha tan especial como la celebración de nuestra independencia el 20 de julio, es importante recordar que el patriotismo se convierte en un elemento crucial para la unión y la sanación de las divisiones que nos aquejan.
Lastimosamente, en lugar de propiciar un diálogo constructivo, las alocuciones presidenciales y los consejos de ministros, se han alejado del método dialéctico al analizar las contradicciones y conflictos inherentes a las políticas de estado y se han centrado en la retórica pública intensificando la confrontación y alejándonos de soluciones efectivas a nuestros problemas más apremiantes.
Es imperativo revisar la relevancia del estoicismo en este contexto. Esta filosofía, que se originó en la antigua Grecia, sostiene que la verdadera felicidad proviene de la virtud y la razón. En lugar de buscar satisfacción en bienes materiales o en disputas políticas, el estoicismo nos invita a cultivar un sentido de calma y fortaleza interior.
Figuras como Séneca, Epicteto y Marco Aurelio nos enseñaron que, aunque en ocasiones no podemos controlar los eventos externos, sí podemos decidir cómo responder a ellos. Este enfoque puede ofrecer una guía valiosa para afrontar las crisis que nos hace falta superar.
En un país donde las falacias y la desinformación se han vuelto herramientas comunes en el debate público, se hace necesario fomentar una cultura de diálogo verdadero. La lógica, como indica Irving Copi, nos ayuda a identificar errores de razonamiento y a evitar caer en el juego de descalificaciones personales.
En debates recientes, hemos visto cómo, en lugar de argumentar con razones, se han atacado a las personas y sus credenciales. Este tipo de comunicación no favorece el entendimiento ni la resolución de problemas. Y mucho menos cuando se utilizan falacias o sofismas, esas formas de razonamiento que aparentemente son correctas, pero que cuando se analiza resultan no serlo.
En Colombia las falacias más utilizadas, como la ad hominem y la del hombre de paja, se han convertido en estrategias de debate comunes que obstaculizan el verdadero entendimiento. Cuando atacamos a la persona y no a sus ideas, o desvirtuamos el argumento de alguien para que sea más fácil de refutar, perpetuamos la polarización y la superficialidad del debate.
Es urgente que como sociedad reconozcamos la importancia de construir consensos y acuerdos. La polarización solo se profundiza cuando confundimos las discrepancias de ideas con ataques personales. La construcción de un futuro compartido en Colombia requiere un esfuerzo conjunto que trascienda las etiquetas partidistas y fomente el respeto y la consideración hacia el otro.
El camino hacia una Colombia unida como lo han propuesto varios candidatos entre ellos, Galán, Fajardo, Luna y algunos otros, exige la capacidad de escuchar y valorar la diversidad de opiniones. Solo a través de un diálogo honesto y crítico, podemos aspirar a un entendimiento más profundo, en el que aprendamos a vivir en medio de nuestras diferencias. Solo así podremos fortalecer nuestro tejido social y construir un futuro más equitativo, donde el patriotismo sirva como motor de paz y progreso en vez de ser un factor de división.
En conclusión, podríamos decir que el patriotismo en Colombia debe verse como un llamado a la unidad, a la reflexión y al compromiso con un futuro mejor. Fomentar el respeto y la capacidad de diálogo nos permitirá enfrentar los desafíos con una visión de país que trascienda las diferencias y priorice el bienestar colectivo. En tiempos de polarización, es fundamental recordar que, a pesar de nuestras divergencias, todos somos colombianos. Es momento de unirnos y trabajar juntos por un país en paz, donde la razón y la virtud guíen nuestro camino.