
Dicen las crónicas taurinas que ese caluroso día de verano del 22 de agosto de 1927, en Almagro (España), el matador Joaquín Rodríguez Ortega, “Cagancho”, salió a lidiar su primer toro de la tarde sin muchas ganas.
Por Javier Mozzo Peña
Dicen las crónicas taurinas que ese caluroso día de verano del 22 de agosto de 1927, en Almagro (España), el matador Joaquín Rodríguez Ortega, “Cagancho”, salió a lidiar su primer toro de la tarde sin muchas ganas.
Entre los aficionados era ya famosa la fama de “Cagancho” de salir despavorido y esconderse en los burladeros cuando la faena no comenzaba bien y el animal no ayudaba. Es lo que llaman en España “espantías”.
Por alguna razón, ese día se regó el cuento que “Cagancho” no se iba a presentar. Tal vez porque los animales de la lidia venían de la ganadería Pérez Tabernero, caracterizada en ese tiempo por presentar ejemplares disparejos de encaste y bravura. Tal vez, también, por provocar al matador y saber si era cierta su extendido renombre.
El caso es que el chisme cubrió los tendidos, con lo que, sin hacer el primer muletazo, el ambiente ya se había enrarecido para nuestro torero. Tanto, que los miembros de lo que en ese tiempo hacía las veces de guardia civil fueron advertidos de lo que podía suceder dentro y fuera de los tendidos.
Y así resultó. Salió el primer morlaco que le correspondía a “Cagancho” y las cosas no pintaron bien. Al primer arranque, el animal le arrebató violentamente la muleta.
Fiel a su fama, el torero salió espantado hacia el burladero más cercano.
Pero las cosas no pararon ahí. Obligado a enfrentar la lidia, “Cagancho” no tuvo más remedio que seguir, evitando totalmente al toro con la muleta. Llegada la hora de matar, torpemente lo pinchó en múltiples oportunidades y hasta falló también intentando rematarlo con cinco descabellos.
El público, por supuesto, no aguantó tan bochornoso y horrible espectáculo, se indignó y arrojó objetos al ruedo. La Guardia Civil tuvo que intervenir para evitar daños mayores, que pusieran en peligro la integridad del torero, la de su cuadrilla y la de los mismos asistentes.
Ese día, “Cagancho”, por su seguridad, terminó detenido por las autoridades, derrotado, humillado y acusado de escándalo público.
De ahí en adelante, en España se hizo popular el dicho de “quedar como Cagancho en Almagro”, para describir el momento en el que alguien actúa de manera torpe o hace cosas mal en público.
Pues bien: Casi un siglo después, analistas han usado esa expresión para describir la primera lidia que le quiso plantear el presidente de Colombia, Gustavo Petro a su homólogo estadounidense, Donald Trump.
El profesor de economía y personalidad de las redes sociales, el español Juan Ramón Rallo, cerró con “Como Cagancho en Almagro” el comentario que le dedicó al bochornoso incidente de ambos mandatarios, en el que Petro terminó en el burladero y sacado por su cuadrilla, para no exponerse a más golpes de la embestida de Trump.
Petro inició muy calmadamente la faena en la madrugada del domingo, convocando un recibimiento caluroso -de besos y flores- a decenas de connacionales que Estados Unidos devolvía deportados en dos aviones de ese país.
Un par de aeronaves más de las decenas han venido transportando cada año a colombianos en situación ilegal, atendiendo las políticas migratorias.
Pero en un giro inesperado, Petro decidió capotear y medir las intenciones de Estados Unidos. Desautorizó intempestivamente el aterrizaje de los aviones, programados y autorizados con anticipación por las administraciones de ambas naciones.
Uno de ellos estaba en vuelo y a pocas horas de aterrizar.
Al darse cuenta, la administración Trump embistió con ganas suspendiendo el trámite de visas y una sanción solo asignada a sus peores enemigos: aranceles para todos los productos colombianos de 25% que debían aplicarse esta misma semana, para luego elevarlos a 50% siete días después.
La embestida iba a cobrarse la integridad de la economía de Colombia.
Con el trapo hecho girones, Petro siguió capoteando y lanzó una amenaza que claramente no iba a hacer daño: la imposición de aranceles a productos de Estados Unidos. Eso, sin mencionar que trató de supremacista y esclavista blanco a Trump.
Finalmente, la cuadrilla de Petro tuvo que sacarlo del ruedo y, como pudo, calmar la situación. Colombia aceptó el aterrizaje de los aviones, ante la evidente demostración desequilibrada de fuerza hecha directamente por el mandatario estadounidense.
Un muy usado dicho militar aconseja: “no inicies guerras si no sabes que las vas a ganar”.
Petro lanzó la suya y no solo se quedó convertido en ejemplo de cómo no lidiar con Estados Unidos, sino con la vergüenza de haber perdido gran parte de la confianza de ese país y con medidas de retaliación en suspenso.
Es decir, con la política exterior para su principal socio comercial hecha añicos y una recién designada canciller, sin experiencia en relaciones internacionales, ni contactos con el Congreso estadounidense.
Hoy, miles de colombianos no saben cómo se reprogramarán sus citas para obtener la visa a Estados Unidos; se desconoce si las juntas directivas de las empresas de ese país querrán ampliar sus inversiones en el país ante la evidente desconfianza; y si los importadores de café, flores y otros productos colombianos querrán buscar otros proveedores más confiables, a los mejores precios.
Ojalá se haya aprendido la lección para no quedar “como Cagancho en Almagro”, porque el toro seguirá en la plaza cuatro años más, pero el torero apenas unos meses.
@javimozzo