Por: Javier Mozzo Peña
Apenas un año había pasado desde que se declaró la pandemia de COVID-19, cuando Lord Mervyn King ya había previsto la próxima plaga. Lejos de los hospitales, de los científicos, médicos y enfermeras, la siguiente crisis infectaría las tesorerías nacionales de gobiernos y empresas: la pandemia de la deuda.
Como gobernador por 10 años del Banco de Inglaterra, Lord King lidió con la crisis financiera del 2008-2009, la cual casi arrasa con el sistema financiero de Estados Unidos y del norte global. Tras su experiencia publicó un libro acerca de cómo sobrellevar tiempos difíciles y pidió a los gobiernos estar preparados para la próxima pandemia, en 10 o 20 años.
Para Lord King, entrevistado bien temprano del 2021 por el muy influyente periodista Moisés Naím, era un compromiso moral apoyar a familias y empresas en un contexto en el que morían miles de personas cada día. Pero también vio que a la vuelta de 3 a 5 años la crisis vendría por la incapacidad de muchos países de pagar las deudas para atender las secuelas de la plaga.
Se trató de un primer grito de advertencia cuando apenas se estaban aprobando las primeras vacunas.
Y con razón, pues las cosas iban a empeorar. La invasión rusa a Ucrania de 2022 y el conflicto en Gaza de 2023 echaron más leña a un candente panorama geopolítico y de desbalances mundiales.
Era especialmente preocupante para Lord King hace tres años, la situación que afrontarían países de ingresos bajos o medios, como Colombia, muchos de los cuales ya estaban bastante endeudados cuando empezaron a tomar más crédito para enfrentar la pandemia.
El flagelo del 2020 agarró al mundo y sus autoridades siguiendo el paradigma de control de gasto, menor endeudamiento y el de resolver los déficit fiscal y comercial. Pero los planes rápidamente se fueron al traste y se abrazó la estrategia de gastar a manos llenas. Se trataba de salvar negocios y familias, con lo que se inyectaron cantidades ingentes de recursos financiados con deuda.
Pero dejaron una estela de desequilibrios, como inflaciones desbocadas y más impuestos, lo que retrajo a un sector privado ya golpeado. Es decir, graves implicaciones de largo plazo con las que bancos centrales están luchando aún hoy con resultados inciertos.
Sin ir más lejos, bajo el mandato de Iván Duque, Colombia aplicó la receta a rajatabla, lo cual contuvo las secuelas de las draconianas medidas restrictivas a la movilidad.
El país logró relativos buenos resultados para contener los efectos sanitarios y mantener a flote la economía, con expansiones de su PIB superiores al 10 y al 7% en 2021 y 2022 -claramente insostenibles- que no se hubieran podido lograr sin el apoyo público apalancado con deuda.
Colombia acudió a la “llanta de repuesto” de la línea de crédito flexible del FMI -como lo hicieron decenas de países- la cual está pagando a razón de ocho cuotas y que espera saldar en el 2025. Afortunadamente, ya tenía el beneplácito de acceso a ese mecanismo.
Lo que Lord King vio primero, la pandemia de la deuda, hoy les devana los sesos a las autoridades para determinar qué se puede hacer. La presión en países de ingresos bajos y medios es una soga que aprieta, y duro, a los presupuestos nacionales.
Volviendo a Colombia, el servicio de la deuda ocupa la cuarta parte del presupuesto nacional, sin que eso se vea reflejado en un crecimiento económico más robusto. El actual gobierno, por ejemplo, pedirá más deuda al Congreso y espera relajar sus compromisos fiscales.
Tan desesperada se ve la situación hoy que el ex ministro de Hacienda colombiano, José Antonio Ocampo pidió una restructuración urgente de las deudas soberanas con un mecanismo que sea permanente y que se implemente en tres etapas: renegociación voluntaria, mediación y arbitraje, cada una con un plazo fijo.
De acuerdo con la propuesta de Ocampo, publicada en Project Syndicate, la ONU y otras entidades han planteado un marco común, que debería establecer un período de tiempo claro y más corto para las reestructuraciones; suspender los pagos de la deuda durante las negociaciones; establecer reglas y procedimientos claros; garantizar la participación de los acreedores privados y ampliar la elegibilidad a los países de ingresos medios.
Para asegurar la estabilidad posterior a la reestructuración, cualquier acuerdo debería incluir no solo cambios en los plazos y las tasas de interés, sino también la reducción de la deuda, si fuera necesario. ¿Más regulación? Es algo que los mercados ven con mala cara.
Otra papa caliente es el papel que ha jugado China en los últimos años como gran prestamista de países emergentes y subdesarrollados, incluso más que el Banco Mundial y el FMI. Recientemente, Heidi Crebo-Rediker, investigadora adjunta del Centro de Estudios Geoeconómicos del Council of Foreign Relations, China se convirtió en el mayor acreedor de deudas de países pobres.
Crebo-Rediker también alertó sobre los masivos retiros de más de 300.000 millones de dólares que ha hecho el sector privado de los países en desarrollo, lo que complica mucho más la situación.
“El desafío tanto para el FMI como para los países deudores es decidir si alentar a China a refinanciar sus deudas y continuar prestando, posiblemente extendiendo así su influencia geopolítica. O ayudar a los países a desconectarse de China y promover el financiamiento de otras fuentes, incluso si esto significa utilizar al FMI y a los bancos multilaterales de desarrollo para pagar las deudas a China”, expresó la experta.
La situación de la deuda de países como Colombia es complicada y el presente gobierno quiere enredarse más. Escuchemos a Lord King: organicemos bien nuestras finanzas, de tal manera que estemos en una posición en la que podamos sobrevivir mejor a los desastres, incluida la próxima pandemia.
@javimozzo