
Por Javier Mozzo Peña
Los pronunciamientos del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump en los primeros días del 2025 tiene a los estudiosos de la geopolítica rascándose la cabeza. Para hacerse a una imagen, las ideas del mandatario que está a menos de dos semanas de posesionarse son una combinación de nieve, miel del árbol de maple, y la murga, el género musical propio de Panamá.
Elementos relacionados, respectivamente, con Groenlandia (constituyente del reino de Dinamarca), Canadá y con el país que explota el canal interoceánico más importante del mundo, por estos días, puestos en la mira de Trump.
Luciría como un sancocho audaz de ideas que el mandatario electo ha elevado a los más altos niveles, desde su arrasadora elección en noviembre pasado, y que ha despertado no pocos interrogantes en torno a qué tan alcanzables o desquiciadas son.
Tratar de establecer conexiones entre la compra de Groenlandia, la adhesión de Canadá a Estados Unidos y la retoma del control del Canal de Panamá se asemeja a resolver un acertijo, pero las tienen y muy fuertes.
Se relacionan con comercio, transporte marítimo interoceánico, seguridad nacional, disuasión y, claro, obtener más poder, en momentos en que la hegemonía estadounidense está siendo duramente contestada por potencias emergentes como China y Rusia.
Se interconectan básicamente con lo que académicos de las relaciones internacionales han regresado a estudiar y que tienen que ver con lo que ha sido la posición natural de la superpotencia mundial a lo largo de la historia. Puede que sí, también, con un poco de “locura” apoyada en una clara estrategia.
El paraguas bajo el que se cubre el actual contexto es que Estados Unidos, siendo un país del tamaño de un continente y con un poder económico y militar casi ilimitado, siempre ha mirado hacia adentro, con consecuencias hacia el exterior. Es decir, “América primero”.
Posiblemente mucho de lo que Trump ha revelado se reflejará en varias de las 100 órdenes ejecutivas que firmará el 20 de enero, cuando se posesione. Periodistas que lo han acompañado a sus comparecencias públicas en su mansión en Florida, han tratado de meterse en la cabeza del mandatario para saber algo más de los impredecibles anuncios que ha hecho.
Quizá quien ha intentado dar una explicación históricamente contextualizada ha sido el exsecretario del Ministerio de Asuntos Exteriores de Singapur, Bilahari Kausikan. Para el experto, en un artículo de la prestigiosa revista Foreign Affairs, el lema “América primero”, vuelve a sonar con fuerza, tras gobiernos estadounidenses de inicios del presente siglo que lo han querido matizar, ocultar o suavizar.
Se recuerda las ambiciones expansionistas de los siglos XIX y XX en las que, efectivamente, Estados Unidos adquirió Alaska; emprendió una guerra contra España en la que este país perdió a Filipinas, Cuba y Puerto Rico; y cuando se hizo al control a perpetuidad del Canal de Panamá, para luego entregarlo pacíficamente.
Kausikan sostiene que, en lugar de añorar valores comunes de una época pasada, los aliados y socios de Estados Unidos (para efectos de esta columna: Dinamarca, Canadá y Panamá) deberían más bien considerar que la política exterior de la superpotencia mundial, en el segundo mandato de Trump, no es otra cosa que el regreso a lo que siempre ha sido.
“Los países occidentales deberían aprender a tratar a Washington no como una superpotencia con la voluntad casi ilimitada de defenderlos, sino como un contrapeso en el exterior, que usará sus fuerzas de manera discriminatoria para promover, primero, los intereses estadounidenses”, señaló Kausikan.
Ahora bien ¿Hay algo de “locura de Trump” cuando promete comprar Groenlandia, adherir a Canadá como el estado número 51 y volver a controlar el Canal de Panamá?”. Bueno, para eso también hay una teoría que desempolvó un profesor de política internacional esta semana.
Daniel Drezner, de la Universidad Tufts, recordó en la revista Foreign Policy la llamada “teoría del loco”.
Se trata de un término que, según comenta, acuñó el presidente estadounidense, Richard Nixón, cuando, en plena guerra de Vietnam, quería que los norvietnamitas creyeran que era capaz de hacer cualquier cosa con tal de ganar el conflicto, incluso el uso de armas nucleares.
La teoría, dice Drezner, postula que un líder que se comporta como si pudiera hacer casi cualquier cosa, tiene más posibilidades de persuadir para que se hagan concesiones que, de otra manera, no lograría.
La literatura académica sobre esa teoría ha cambiado en los últimos años, dice Drezner, y sugiere que, en determinadas circunstancias, una táctica de ese tipo podría funcionar para alguien en la posición de Trump.
Drezner deja entrever algo que puede no ser tan loco: que se hagan sonar ideas como si fueran irracionales, para alcanzar objetivos que tienen razones o explicaciones totalmente racionales. ¿Le funcionó a Nixón? En pocas ocasiones.
¿Le funcionará a Trump? En su primer mandato, políticas coercitivas de carácter económico no fueron tan estelares, pero en el aspecto diplomático tuvieron éxito, como los acuerdos de Abraham, con los que acercó a Israel a los países árabes.
El otro problema es que los líderes extranjeros ya están familiarizados con el manual de estrategias de Trump. Según Drezner, una de las razones por las cuales la “teoría del loco” le funcionó poco a Nixón es que los funcionarios soviéticos sabían cuando estaba fingiendo a jugar a loco.
Trump está hoy con las manos mucho más libres para hacer realidad sus políticas. Deberá asegurarse que cumplirá con sus anuncios más descabellados, los cuales pueden salirse de control. Que funcionen dependerá de apoyos internos y externos y de una buena dosis de sensatez.
@javiermozzo