Hoy hace 30 años como reportero principiante el destino quiso que me tocara cubrir la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 y la reacción del Estado para recuperarlo.
Fueron 27 horas al frente de un teléfono, un micrófono y un suceso que me empezaron a forjar como periodista y líder de opinión.
Fue el primero de muchos cubrimientos de hechos que marcaron a mi generación, como una generación de periodistas de guerra.
Una generación a la que le correspondió cubrir las que en mi criterio han sido las 3 décadas más violentas en la historia de Colombia.
La toma del Palacio de Justicia fue la primera señal de que el narcotráfico y la política terminarían mezclándose para desgracia de Colombia.
El primer indicio de que la violencia y el terrorismo tarde o temprano llegaría a las ciudades y que el Estado, en su desesperación, no siempre iba a respetar las reglas y los ciudadanos iban a estar de acuerdo.
Fue una experiencia que marcó para siempre a varias generaciones de colombianos que no saben que se siente vivir en un país en paz, pero tampoco ha sentido el rigor de la guerra porque en Colombia hasta para matarnos siempre nos han hecho falta cinco centavos para el peso.
