Por: Javier Mozzo Peña
Imágenes publicadas en la red social “X” dejan ver a la designada directora nacional de inteligencia de Estados Unidos, Tulsi Gabbard, disparando armas de corto y largo alcance en un campo de entrenamiento privado.
Gabbard se mueve con agilidad, con su cabello recogido, una gorra negra que protege su rostro del sol, un chaleco antibalas, anteojos, franela blanca y un cinturón que sirve no solo para ajustar sus pantalones, sino para guardar variadas cargas de munición.
Nacida en la Samoa Americana y criada en Hawái, la designada por Donald Trump para su segundo mandato no consecutivo es una política y veterana del ejército de su país con más de 20 años de experiencia. Atendió varios despliegues en zonas de guerra en el Medio Oriente y África. Es teniente coronel reservista del Ejército asignada a un regimiento el Tulsa, Oklahoma.
Un perfil que se repite -con algunas diferencias- en los nombramientos que ha hecho un Trump absolutamente empoderado tras su elección el 5 de noviembre. No más su vice presidente, JD Vance, es un veterano Marine y su nombrado consejero de seguridad nacional, Mike Waltz, un antiguo miembro de los Boina Verde de las fuerzas especiales del Ejército.
Personas de entre 40 y 43 años, que garantizan no solo el cumplimiento del discurso nacional populista con el que se eligió el casi octogenario mandatario, sino que le aseguran alineamiento total a sus ideas de “hacer a Estados Unidos grande nuevamente”.
Hoy más que nunca, prima la lealtad sobre la experiencia en los más cercanos colaboradores del cuadragésimo séptimo presidente estadounidense.
Periodistas y analistas políticos en Estados Unidos han apodado a lo largo de las últimas décadas como “halcones” a los colaboradores presidenciales absolutamente leales. Aquellos, políticos de largo acompañamiento capaces de llevar las ideas de su líder hasta su último aliento, cueste lo que cueste.
Incluso podríamos inaugurar una de “neohalcones”, es decir, aquellos que se subieron al bus de la campaña, como Gabbard, y otros de los que incluso ni se conocían sus preferencias por Trump, pero que de alguna forma u otra ayudaron a impulsarlo.
Uno de ellos es el inesperado designado secretario de la Defensa, Pete Hegseth, copresentador del espacio televisivo “Fox and Friends Weekend” por más de una década, con siete hijos y tres matrimonios. El propio presentador tuvo como invitado a Trump en muchas ocasiones.
Este veterano del Ejército ha sido laureado varias veces con la medalla de bronce por sus servicios en Iraq, Afganistán y Guantánamo. Fotos muestran su torneado torso lleno de tatuajes alusivos al patriotismo y en uno de ellos copia el preámbulo de la Constitución de Estados Unidos en uno de sus musculosos brazos.
Hegseth liderará las fuerzas militares más poderosas del mundo, con tres millones de empleados y ordenará el despliegue de centenares de militares en bases extranjeras y navíos de combate en los siete mares, sin que en su hoja de vida se encuentre experiencia alguna liderando inmensas organizaciones.
Son repetitivos los comentarios de personas en la red social “X” elogiando los nombramientos, pues las consideran personas modelo que sus hijos deben seguir y necesitan, por lo que aquello de tener experiencia manejando organizaciones no es muy importante para ellos. Muy distinto, dicen, a lo que pudo haber ofrecido la rival de Trump, Kamala Harris, más inclinada a la cultura progresista.
El Partido Republicano le debe todo a Trump, pues no veía semejante poder junto en muchas décadas, controlando ambas cámaras legislativas, así que la ratificación de los nombramientos está asegurada.
La analista Katie Rogers consideró en The New York Times, que, al seleccionar a un grupo de leales y “neoleales”, Trump se asegura de dejar las palancas del gobierno federal a personas que, en última instancia, le respondan únicamente y nadie más que a él y garanticen un legado que le fue esquivo en 2020.
Algo que, en teoría, sucede en todo país de régimen tan marcadamente presidencialista. En las transiciones presidenciales pasa que los funcionarios de más alto rango como ministros y viceministros se van junto con el líder saliente, con lo que la mayor parte del Gobierno se queda.
Pero la diferencia con Estados Unidos es que allí los presidentes se van no solo con el personal de la Casa Blanca, sino con secretarios de gabinete, subsecretarios, secretarios adjuntos y otras personas designadas políticamente, que llegan incluso hasta un cuarto y quinto niveles de mando.
La pregunta que se hace el analista del Council of Foreing Relations, James Lindsay es qué tan bien se llevarán entre sí personas escogidas más por su lealtad a Trump que por su experiencia y “galones”. Incluso algunas entrarían a demostrar mucho más su lealtad cuando ya estén despachando desde su puesto de trabajo.
Algo que no podría suscitar sino peleas y enfrentamientos, aún con los que vienen de la primera administración.
Trump deberá sacrificar descanso y sus largas sesiones de golf hasta su posesión el 20 de enero, pues se trata de nombrar 1.300 puestos gubernamentales que requieren confirmación del Senado y más de 1.000 designados políticos que los apoyarán. Se estima que la dotación total del gobierno se tomará al menos hasta el próximo verano.
Una muestra de lo que puede venir la proporcionó el presentador de televisión Hegtesh, antes de su designación a secretario de Defensa. Hablaba acerca de la reforma que consideraba necesaria en el liderazgo militar de su país y que bien podría proyectarse como el ambiente laboral que se espera en el Pentágono:
“Cualquiera involucrado en la mierda progresista tiene que irse… hay que restablecer esa confianza poniendo a combatientes sensatos en esos puestos que no vayan a complacer a la basura socialmente correcta».
@javimozzo