Por: Javier Mozzo Peña
Varias ideas vuelven a la discusión nacional, llevadas de la mano del Gobierno. De tantas vueltas que se les da, quedan cuerpo y mente cansados. Se trata de una actividad como la del perro intentando morderse la cola, en ocasiones sin éxito, pero que lo deja totalmente exhausto y mareado. Política.
Empezamos con la idea de volver a incorporar la figura de la reelección presidencial en la Constitución, largamente barruntada en la narrativa del presidente Petro para encender el sentimiento de las personas que asisten a sus discursos. La idea, ya aplicada en dos gobiernos anteriores en Colombia con grave daño al sistema de pesos y contrapesos, está a cargo de una de las congresistas más férreamente seguidoras del proyecto del mandatario, la senadora Isabel Zuleta.
Seguimos con aquella de incorporar, nuevamente y como en el siglo pasado, inversiones forzosas al sistema financiero, que produjo malas secuelas al mercado del dinero y fue una de las grandes culpables del mantenimiento de elevadas tasas de interés, en un contexto de débil desarrollo. La mala idea fue rápidamente desmantelada esta semana, no sabemos a qué costos, por el propio gobierno y el gremio de los bancos, Asobancaria.
También esta semana entraron a la lista otras tres: la expropiación rápida y expedita contenida en un proyecto de ley de jurisdicción agraria; la orden emitida por el propio Petro de modificar el Escudo Nacional, y otra que vuelve a poner sobre la mesa la impresión de billetes nuevos para atender las indemnizaciones de millones de víctimas de la violencia.
Son ideas que le apuntan a todo: A reactivar la economía, a atender a las víctimas, a darle tierra quienes no la tienen y hasta hacerle un maquillaje al escudo nacional.
Hay evidencia más que probada que lo único que puede generar más riqueza para el país es impulsar la economía formal y generar más empresa. Que un robusto aparato de justicia les dará a las víctimas de la violencia las indemnizaciones que merecen. Que un buen catastro multipropósito definirá dónde comprar las mejores tierras para hacer una reforma agraria sin atropellar a los actuales dueños. Son algunas ideas.
Recientemente, en el espacio de Periodistas Sin Filtro, el ex director del Departamento Nacional de Planeación, Jorge Iván González preguntaba dónde había quedado el Plan de Reindustrialización que promovió y aprobó el año pasado. Aunque implicaba lo que él llama un “keynesianismo verde”, aseguraba que muchos sectores se reactivaran. En su óptica, es un plan con buenas ideas del propio gobierno, pero que está engavetado.
El también filósofo promovió y sacó adelante un Plan Nacional de Desarrollo del 2022 al 2026, con el que Petro tampoco parece querer dialogar mucho, pese a instrumentos que para González son revolucionarios, pero que no quieren desarrollar mucho en este gobierno.
Al contrario, parece amigo de proponer o plantear otras cosas.
Quedará para los estudios de sociólogos y científicos políticos qué hace que el gobierno vuelva a poner en discusión propuestas que son malas ideas, mismas que en otras épocas ya fueron puestas en marcha y no funcionaron, o nuevas que no conducen a nada.
Un politólogo, Bryan D. Jones y un economista convertido en analista de políticas, Walter Williams, publicaron no hace mucho un libro titulado “Las políticas de las malas ideas”, basado en lo que sucede en Estados Unidos.
Analizando una práctica recurrente política de ese país de proponer recortes de impuestos sin ajustar el gasto público futuro y sin dañar las finanzas gubernamentales, ambos expertos llegan a la conclusión que hay una resistencia asombrosa a que no importa las veces que las malas ideas sean desacreditadas por los analistas o no produzcan resultados en la política, siempre se las arreglan para resucitar y funcionan como se esperaba al fracasar.
Muy similar a lo que sucede en Colombia.
El propio Keynes decía que las ideas no tenían que ser correctas para ser importantes. Incluso las malas ideas pueden ser tan influyentes en los asuntos humanos como las buenas.
Tanto Jones como Williams se preguntan por qué las malas ideas se han vuelto tan influyentes en la configuración de las políticas gubernamentales, a pesar de la brumadora evidencia de que no funcionan. ¿Por qué en el gran mercado de las ideas, en el que libremente se están esbozando y discutiendo buenas y malas, no se desechan estas últimas?, se preguntan los escritores.
En principio, concluyen que las malas ideas generan beneficios políticos a corto plazo. Del mismo modo, la formulación de teorías económicas en la academia genera un tipo de “protección” a los políticos para que hagan exactamente lo mismo.
En una democracia que funcione bien, dicen Jones y Williams, las malas ideas se descartarían y, si se pusieran en práctica, se eliminarían cuando se hiciera evidente que no funcionan.
Generar una cultura de descarte de las malas ideas pasa por un robusto sistema educativo, en lo político, en lo económico y en lo histórico. Que los estudiantes desde los primeros años sepan discernir y razonar muy bien acerca de qué idea ha funcionado bien y cuál no. Separar el trigo de la paja, se dice popularmente. Sería bueno arrancar desde ahora.
@Javimozzo