Por: Javier Mozzo Peña
Uno de los aspectos cruciales para analizar un país en términos políticos, económicos y sociales es ver qué decisiones estratégicas está tomando. ¿Qué está haciendo Colombia?
El editorial de la más reciente entrega de la prestigiosa revista Foreign Affairs, centraba en cinco aspectos esa visión que todo ciudadano debe hacer y que es interesante aplicarlos para el caso actual de Colombia.
¿Cómo estamos organizados internamente?; ¿En qué estamos invirtiendo?; ¿Con quién estamos alineados?; ¿Quién quiere alinearse con nosotros?; y ¿qué guerras preferimos pelear, cuáles estamos dispuestos a disuadir y cuáles preferimos evitar?
¿Qué está haciendo Colombia en términos estratégicos?
Veamos: En el frente interno se afronta una tremenda desorganización. Flanqueado por una gobernabilidad debilitada en el Congreso y más recientemente por una derrota en las elecciones regionales, el primer presidente de izquierda, Gustavo Petro, no ha podido sacar adelante reformas que había esbozado en su plan de campaña a más de un año de posesionado.
Con una agenda abiertamente inclinada hacia la estatización y con un claro sesgo “anti empresa” privada, no ha encontrado el apoyo ni en el Congreso ni en la calle para sacar adelante los cambios ofrecidos.
Excepción hecha de una iniciativa tributaria que está drenando cuantiosos recursos de familias y empresas hacia el erario, cuyos estragos se están viendo en una economía a las puertas de una recesión, con elevada inflación y relativamente alto desempleo.
Tampoco estamos enfocando recursos para invertir en sectores productivos o que desarrollen cadenas de valor e industriales como la vivienda, la infraestructura física, la explotación de recursos naturales o la innovación y el desarrollo.
Con el mayor presupuesto en la historia, el gobierno Petro ha sido inoperante para ejecutarlo. Al contrario, ha dedicado dinero a expandir gasto estatal inoperante de funcionamiento en ministerios y embajadas, con cargo a los mayores recaudos tributarios.
Los colombianos siguen esperando anuncios relacionados con grandes obras de infraestructura o la creación de aparatos industriales cuyos productos sean demandados en todo el mundo.
En cuanto a sus alianzas, el presidente Petro ha sido claro en mostrar sus preferencias por países afines a su ideología de izquierda. Venezuela, Cuba y Chile han sido objeto de visitas, en muchas de las cuales se firman memorandos de entendimiento y acuerdos -al menos los que públicamente se informan- de los que poco se sabe de su seguimiento o se resaltan sus objetivos estratégicos.
Recientemente el gobierno anunció la apertura de embajadas en África e incluso en Palestina, sin que haya una explicación sólida sobre beneficios en empleo, ampliación del comercio exterior o aumento de la seguridad. Quienes quieren seguir alineados con nosotros son los mismos países que por décadas han fincado enormes montos de inversión productiva y de asistencia humanitaria, como Estados Unidos y Europa.
Pero seguimos mirando pasar a mucha distancia y sin poder hacer nada, la relocalización que están ejecutando gigantescas empresas tecnológicas de países desarrollados; las dedicadas a la explotación de minerales para la transición energética o las enormemente exitosas en innovación y el desarrollo.
La verdad es que somos poco pretendidos por inversiones nuevas, pese a nuestra envidiable posición geográfica estratégica.
Y aunque no estamos inmersos en guerras como las que han golpeado a Afganistán, Irak, Medio Oriente o África, sí que hemos elegido bandos de los que hemos sido objeto de no pocos reproches.
No hemos condenado la invasión no provocada de Rusia a Ucrania, así como tampoco las constantes incursiones de fuerzas chinas en el espacio aéreo y marítimo de Taiwan, o los ataques a minorías étnicas en el cercano y lejano Oriente.
Estamos enfrascados en una crisis diplomática con Israel por el ataque terrorista de que fue objeto por parte del grupo Hamas, en el que murieron dos colombianos, cuyas pérdidas el gobierno colombiano no ha condenado públicamente.
En síntesis, no hay una estrategia sólida que caracterice a Colombia en esta avanzada y retadora segunda década del siglo XXI.
Hay un sentimiento de que el país está cerrándose en términos comerciales y económicos y aislándose en el aspecto político, en una tendencia que será larga y dura de revertir, cuando el actual presiente entregue el cargo por allá en el 2026.