Por: Fernando Salgado MD
Resulta lamentable que el abordaje de las distintas reformas que deben ser estudiadas en nuestro país, se lideren con sentimientos de superioridad, provocando un trato displicente, descortés, apático, indolente, desapacible y si se quiere, hosco, en lugar de intentar un debate constructivo, afable, benévolo, cordial, cortés, sociable, afectuoso, atento y sencillo, como debería ser.
Eso le ocurre a aquellas personas que cuando acceden al poder político, en lugar de utilizar la lógica en el ejercicio de las funciones cuando ocupan un cargo representativo dentro del Estado, para influir en el comportamiento, ya sea en pensamiento o en el actuar de una sociedad, lo que pretenden es “tener poder” para ser admirados y que se les brinde, una atención especial, casi exclusiva frente a los demás, olvidándose que son servidores públicos, un concepto genérico que emplea la Constitución Política para que los miembros de las corporaciones públicas, empleados y trabajadores del Estado y de sus entidades descentralizadas territorialmente, que están «al servicio del Estado y de la comunidad» ejerzan sus funciones en la forma prevista en la Constitución, la ley y las normas reglamentarias.
Generalmente se trata de personas que nunca participan afectivamente con los sentimientos de otros y que no saben, lo que es la empatía, es decir, esa capacidad de comprender y compartir los sentimientos de los demás y permitir de esta manera, ver las cosas desde la perspectiva del otro en lugar de la nuestra.
Lamentablemente son personas que cada vez que tienen una contrariedad muestran sentimientos de enfado o rabia de manera exagerada. Bien decía José de San Martin, que “la soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder».
Las personas con actitudes y rasgos de personalidad soberbia, suelen experimentar en muchas ocasiones rechazo y distanciamiento social, y al decir de expertos, mantienen relaciones interpersonales superficiales e interpretan ese rechazo como algo negativo o doloroso a nivel emocional o por el contrario, como una consecuencia más de su posición de “superioridad”.
Es evidente que las actitudes arrogantes o de soberbia, mantienen un problema de autoestima, puesto que ese tipo de conductas son una forma de defensa y no una forma de resolver o solucionar la falta de confianza en uno mismo y es por esta razón, que esa soberbia aumenta la probabilidad de experimentar malestar en las relaciones personales, laborales, familiares, políticas y sociales y mientras en los debates se mantengan personas que piensan ser mejores que los demás, y sobrevaloran lo propio, será muy difícil poder avanzar en un dialogo constructivo, ya que jamás darán su brazo a torcer, pues la soberbia es una forma desmedida del orgullo.
Para poder continuar el debate de la reforma a la salud y en general todas las reformas, es imperativo entender que el diálogo es un proyecto común que no tolera agendas ocultas. Todos los que van a participar deben ser incluidos y decidir sobre los objetivos, temas, formas de trabajo, plazos y los presupuestos que realmente se necesitan, ya que intentar manipular estos procesos, derrumban la confianza y destruyen el diálogo y seguramente podrán ser cuestionados y objetados por la honorable Corte Constitucional, como en efecto ya lo hizo respecto al tema de financiar programas diferentes a los considerados con recursos de la UPC.
Ojalá, podamos retomar los debates de la reforma a la salud con los puntos de coincidencia, tal vez haber iniciado estas discusiones sobre la falsa motivación que el de Colombia es el peor sistema de salud el mundo, no fue una buena idea. Jamás un dialogo debe iniciar con las diferencias, hay que generar confianza y respeto y entender que todos somos más que nuestras opiniones y diferencias.
Es fundamental entender que, si bien no todos somos iguales, si exista equidad y debemos hacer el esfuerzo de dedicar la misma cantidad de tiempo para hablar con todos y que el respeto sea igual para todos, algo de lo que han quejado y con justa razón, los directos beneficiarios de estas reformas es decir los pacientes, los profesionales de la salud y en general los usuarios del sistema.
En cualquier diálogo constructivo, siempre es sensato y recomendable abordar inicialmente lo más fácil, aquí hicimos todo lo contario y ello no nos ha permitido tener la voluntad y capacidad para escuchar, algo que resulta fundamental para poder comprender a los demás. Aquellos que creen saberlo todo, nunca tienen nada para preguntar y solo hablan para imponer.
Alguien que escucha bien, generalmente hace preguntas inteligentes, que son en ultimas lo que permite llegar a puntos de encuentro, pero intentar obligar a que los demás piensen como uno, generalmente termina como lo hemos visto, teniendo un efecto contrario, pues un dialogo no puede utilizar herramientas de presión especialmente a quienes tienen la delicada misión de legislar, así como tampoco, puede alguien acusar a los demás de actuar mal o de mala fe, por no estar de acuerdo con lo que ellos piensan, pues nadie puede aceptar sin mente critica, los argumentos de los demás y por ello en ocasiones, es necesario desafiar lo que no entendemos o simplemente no podemos aceptar.
Cuando el diálogo se detiene, debemos siempre estar dispuestos a continuar en otra oportunidad. Si así sucede, podemos dialogar sobre otros temas, en ocasiones es recomendable como recientemente lo hizo el presidente en el tema de la paz total, incluir otras personas y tal vez cambiar también los parámetros de la concertación.
El diálogo se trata de la comprensión mutua y no es fácil decir que hemos comprendido todo. Aún después del mejor de los diálogos habrá cosas que están por fuera de nuestra comprensión y como suele ocurrir con muchos temas, siempre habrá la necesidad de mantener un dialogo para mejorar y construir sobre lo construido.