Por: Javier Mozzo Peña
Cobra fuerza la preocupación de académicos y de organismos internacionales sobre las peligrosas implicaciones del crecimiento de la violencia en América Latina.
Se trata, ni más ni menos, del gran obstáculo para la prosperidad de la región, cuya lucha debe ser abordada por sólidas políticas públicas y gobiernos con los “pantalones bien puestos”.
Uno de los primeros “blogs” publicados este año por el Banco Mundial se refería en específico al tema, lo cual denota el tremendo desasosiego que invade a analistas y expertos. El vicepresidente del Banco Mundial para América Latina y El Caribe, Carlos Felipe Jaramillo se quejó en uno de sus escritos de que no se ha debatido lo suficiente en torno a la relación de la violencia con el desarrollo.
En nuestro vecindario, el número de homicidios por persona es cinco veces mayor que en América del Norte y 10 veces más alto que en Asia. Al tiempo que América Latina alberga el 9% de la población mundial, en ella ocurre un tercio de los homicidios del mundo.
Un estudio de Héctor Hernández-Bringas, de la Universidad Nacional Autónoma de México (2021) encontró que el continente americano ha mantenido la mayor tasa de homicidios durante las dos décadas del presente siglo. Solo Estados Unidos y Canadá -países desarrollados- registran niveles inferiores al promedio mundial.
En 2018 ambos países mostraron tasas de homicidios de 5 y 1,8 por cada 100.000 habitantes, respectivamente, cifras que se han mantenido estables en lo que va del siglo XXI.
Vergonzosamente, América Latina y El Caribe presenta tasas muy superiores y, lo peor, con una marcada tendencia ascendente, la cual alcanzó uno de sus picos con 25 por cada 100.000 habitantes en el 2018, de acuerdo con Hernández-Bringas.
En los primeros 18 años del siglo se registraron en Latinoamérica casi 2,4 millones de homicidios, una región que concentra apenas el 8% de la población mundial. Es decir, con los datos recabados por Naciones Unidas en más de 202 países, nuestro vecindario responde por el 50% de los homicidios a nivel mundial.
Lo peor: Brasil, Colombia, México Venezuela y algunos países centroamericanos que representan el 68% de la población de esta parte del continente, concentran el 93% de los homicidios de la región y el 68% del registro mundial.
Entre otras consecuencias, Carlos Felipe Jaramillo destacaba que la violencia juega un papel crucial a la hora de migrar. Aunque la ausencia de incentivos económicos que privilegien el desarrollo, el empleo y la riqueza son un factor de empuje, es la violencia el motor para irse a buscar nuevos horizontes.
“La situación es tan desalentadora como el crecimiento mediocre de la región, su baja productividad y sus niveles altísimos de desigualdad”, acotó Jaramillo.
Y señaló varias conexiones: las sociedades más desiguales suelen ser las más violentas; aquellas desgarradas por la violencia no pueden alcanzar tasas de crecimiento mas altas para generar empleos; y en aquellas en las que no se ha podido controlar la plaga de la violencia hay una seria amenaza al derecho a la propiedad, afectando las decisiones de inversión.
En 2016, cuando Colombia pareció solidificar un acuerdo de paz en la administración de Juan Manuel Santos, aumentó la creación de empresas, lo cual se detuvo intempestivamente tras el plebiscito que rechazó dicho acuerdo, señaló Jaramillo.
Muchos analistas concuerdan que el mal diseño del acuerdo de paz y su pobre aplicación, sembró semillas de un nuevo auge de violencia, pues no evitó el renacer de disidencias guerrilleras, de los cultivos ilícitos, de la minería ilegal y del narcotráfico.
La violencia debilita la capacidad del Estado, lo hace más vulnerable y menos capaz de tomar medidas para defender a la población, lo cual está presente cada día en Colombia.
¿Qué otra cosa puede reflejar esa apreciación que, de nuevo, no se puedan visitar campos de cultivo y de levantamiento de ganado; los persistentes cierres de importantes vías; la invasión de tierras; el secuestro o el constante robo de ganado y ataque a la propiedad privada?
Francisco Rojas Aravena, en un extenso análisis académico publicado en la revista Pensamiento Iberoamericano, conceptuaba que sin atacar los factores que constituyen el contexto y la base de la violencia y el crimen, no se lograrán progresos en el desarrollo humano de la región.
Los costos de la violencia cierran las oportunidades de progreso y eso se ve claramente en los lentos avances que ha tenido América Latina. Pese a ser la región más privilegiada en contar con inmensos recursos naturales, hace décadas tiene parqueado su propósito de dar el salto al primer mundo.
De sobra está decir que entre los factores que están detrás de las expresiones de violencia está la inequidad, la urbanización, el desempleo, la pobreza y las debilidades de la institucionalidad democrática. Un círculo diabólico que los gobiernos están en mora de destruir.
Si América Latina y Colombia no abordan seriamente reformas en los sistemas de seguridad y defensa, reformulan las políticas sociales, impulsan la cohesión social y mejoran la gobernabilidad democrática, la violencia nunca nos sacará de la espiral que por tantos años nos ha negado la entrada al desarrollo.
@javimozzo