Aranzazu: navidades inolvidables

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Por: Uriel Ortiz Soto (*)

Qué bellas fueron las navidades en mi pueblo cuando de niño estudiaba en la escuela y colegio. Ir por las fincas cafeteras en el mes de diciembre era toda una delicia, en cada casa o residencia se recibía al visitante o peregrino con amor y respeto, se le brindaba la posada con todas las exigencias de una buena alimentación.

Pasear nuestra mente por cada una de las 37 veredas de mi pueblo, es reencontrarnos con un pasado de niñez, infancia y adolescencia, cubiertos con los más bellos recuerdos de unas navidades tranquillas, al arrullo y vaivén de los apacibles y cristalinos riachuelos, el trinar de las aves de vistosos plumajes, que recorrían y engalanaban con el canto en toda su extensión, danzando un mensaje de amor y sabiduría, e invitando a los solariegos a conservar el presente para no tener que padecer los rigores del futuro, como ya lo estamos viviendo, con la pérdida de muchos recursos naturales, que por falta de gestión o de conocimiento se están marchitando.

Qué tristeza es evaluar y encontrarnos con la sorpresa que en muchas de nuestras veredas, otrora fuentes de riqueza hídrica y diversos paisajes naturales, se esté viviendo el tenebroso avizorar de la naturaleza muerta: las aves cantoras volaron de sus nidos, puesto que las fuentes de agua pura y cristalina donde se alimentaban, se secaron; todo está a la intemperie y la desolación, ya no son esas navidades de aromas campesinas y de crisálidas tejidas con la nostalgia de los poetas, el pincel de los pintores y la expresión simple y sencilla de nuestros niños, que ya no encuentran en ella, un futuro que les permita ver horizontes claros y con fuentes de progreso.

En el baúl de los recuerdos, también están los mensajes de nuestras madres, verdaderos ángeles de abnegación, amor y de ternura, que para cada navidad se inventaban la forma de proporcionar a sus esposos, hijos y allegados, un menú diferente para la cena del 24 de diciembre, a las doce de la noche bajo la candidez de nuestro espíritu inocente nos anunciaban la llegada del niño Dios, nos lanzábamos al pesebre en busca del sombrero, para ver que nos había traído.

El paisaje de las diferentes veredas, con la hidalguía de sus habitantes, se semeja a un hermoso pesebre construido por la propia naturaleza, para deleite de propios y extraños, con solo traspasar las goteras de las moradas son recibidos con afecto y cariño, allí nadie es extraño, la sangre de los Aranzacitas tiene vasos comunicantes que corren por las venas conformando entre ellos una sola familia de hermandad y finos modales.

Los riachuelos, las aves de hermosos plumajes y los bellos amaneceres navideños, inspiran a los visitantes, que, extasiados por tanta belleza dan rienda suelta a su imaginación, para empezar a construir el pesebre y el árbol de navidad, sin abandonar el obligado rito de la fe católica que desde niños nos inculcaron nuestros mayores.

Todos llevamos en nuestra mente los bellos recuerdos de infancia y adolescencia, cuando nuestras mamás con mimos y cariños nos incitaban a ser obedientes los días previos al 24 de diciembre para que el niño Dios nos llegara con un buen aguinaldo.

Son recuerdos de nuestra edad temprana que ejecutan desvelos con cariño, cuando nos ordenaban ir por los potreros a recoger el musgo, los líquenes, las heliconias y los helechos para adornar el pesebre, lo hacíamos llenos de gozo y de alegría, puesto que, era el mejor indicio que la navidad había empezado.

Este es el inicio de la navidad en la mayoría de las veredas del Eje Cafetero, y en medio de la cosecha de café que está ya por terminar, los propietarios de las fincas ante la bonanza de los buenos precios, dan rienda suelta a los preparativos navideños.

Es muy común en las fincas del Paisaje Cultural Cafetero, construir pesebres a la vera del camino o en los salones comunales, las novenas se rezan en comunidad amenizada por instrumentos improvisados por niños y mayores, pero, también es la ocasión para que las vecinas y comadres limen algunas asperezas de chismes que surgen al fragor de las costumbres veredales, pero nunca con brotes de violencia.

El 24 de diciembre es un día especial en las finca cafeteras, quién lleva las de perder es el pobre porcino que lo sacrifican al amanecer y es chamuscado con helecho sarro para dar mejor gusto a la chicharronada.

La natilla y los buñuelos se hacen en comunidad, por lo general en el patio de la finca, donde todo el mundo participa en su elaboración y finalmente en su cocción; hacia las dos de la tarde empieza la guerra de viandas entre matronas, es el intercambio de comestibles navideños: natilla, buñuelos y los deliciosos tamales adobados con la carne del cerdo recién sacrificado.

Que bellas navidades, pero qué tristeza, que los bellos paisajes se encuentren obnubilados por las  brumas de la desidia y del olvido, hay que empezar a rescatarlos para la supervivencia y gloria de presentes y futuras generaciones.

 

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