Por: Carlos Manjarrés Daza
El pasado marzo del 2020 el gobierno nacional declaró Estado de emergencia económica social y ecológica como respuesta al contagio de un virus particularmente alarmante, dentro de las justificantes estaba la condena a la libertad como situación potencial de riesgo, por tal razón, en un dudoso consenso repentino, la sociedad colombiana —y muchas otras en todo el globo—, consintió la penalización de las libertades civiles.
El salir a la calle, reunirse con amigos, tomarse una cerveza, comprar condones y hasta tener sexo pasaron de ser una vulgar rutina a ser delitos. La policía, legendariamente la fuerza del orden que se emplea para “perseguir a los criminales” desviaron sus funciones para irrumpir en moteles, golpear personas y atemorizar con simbología amenazante las calles del país con sirenas y megáfonos, los burócratas que años atrás consideramos charlatanes, mentirosos y ladrones, pasaron a desfilar como la autoridad, cuyas órdenes no podrían ser dadas por alto, la desobediencia civil se convirtió en todo acto que normalmente realiza un humano, el relacionarse con el otro, el interactuar en el mundo físico, el mostrar el rostro, es ya un delito público.
Según una nota de un investigador de la Universidad Javeriana, el Fondo de Mitigación de Emergencias (FOME) ha recibido cerca de 25,5 billones de pesos, de los cuales solo ha gastado el 29% en los sectores salud, transferencia a programas sociales y subsidios a la nómina, entre otros.
Los gastos del Estado se disparan como nunca, la caja de los políticos revienta de dinero; que buena ocasión para estos, no están sujetos a pagar nómina, no están sujetos al mercado, no están sujetos a ningún control, ellos dictan las normas sin ninguna resistencia, todo el que se oponga está completamente loco; pero que irracional suena esto que escribo, ¿cómo se me ocurre vacilar cuando de la salud y seguridad se trata?, es esa precisamente mi intención, no encuentro ningún tipo de relación entre las medidas tomadas y el objetivo buscado, si a los políticos enserio les hubiera preocupado la salud de sus conciudadanos la última ratio de medida tomada sería la limitación de libertades —esa fue la primera y única medida—, el grueso del dinero que nos sacan del bolsillo cada que pueden, se fue en aumentar el pie de fuerza contra nosotros los ciudadanos; en una comunidad de 11,000 habitantes con 30 camillas no podría estar menos que en ocupación permanente.
¿Quién quiere camillas?, cuando puedes usar esos recursos para más policías haciendo cumplir el toque de queda, o un concierto rodante de Frozen o dos muchachos disfrazados de virus persiguiendo a los “desobedientes”, o varias vallas publicitarias insinuando que, si no les haces caso mueres, ¿para que camillas si podemos tener todo un circo?, uno donde los payasos son los asistentes, voces tristes sin ninguna clase de fe, excepto la fe en el Estado, esa misma corporación integrada por esos falsos líderes que popularmente les atribuimos las virtudes de un mentiroso y un ladrón, nosotros, los miembros de esta sociedad —los payasos— permitimos sin vacile que nuestra vida estuviera al son de la peor sección demuestra humanidad: los políticos.
Últimamente se habla de la posibilidad de una nueva cuarentena, al mismo tiempo la mala percepción de las instituciones del Estado se eleva a las nubes, esos mismos que muchos creen que nos van a salvar, que parodia más decepcionante.