
La decadencia de Alemania y su popular salchicha
Por Javier Mozzo
Los corresponsales del diario The Times de Londres han estado escribiendo de manera bastante activa en los últimos días sobre algo que refleja parte de la decadencia en la que ha entrado Alemania.
El prestigioso periódico informó que el orgullo industrial del país, la fábrica de automóviles Volkswagen, vendió más de sus salchichas “currywurst” que automóviles en el 2024.
Fue uno de los aspectos más llamativos del informe de resultados del gigante alemán, que reportó el corresponsal del diario londinense, Nick Alipour desde Berlín, hace apenas unos días.
“Las ventas de salchichas no ofrecen mucho consuelo tras un verdadero annus horribilis para el Grupo Volkswagen. La compañía consideró cerrar fábricas en su sede alemana por primera vez en su historia ante las difíciles condiciones del mercado”, escribió el periodista en su nota informativa.
Tanto llamó la atención del diario las “currywurst” que días después envió a otro periodista, Pedro Conradi, a la sede de la compañía en Wolfsburgo. Conradi se fue a hacer un test, pero no aplicado a algún nuevo y reluciente vehículo ensamblado en la fábrica de Volkswagen.
La prueba se la hizo a la salchicha.
El corresponsal quería saber la razón específica por la que el embutido de 25 centímetros de largo, cubierto con una salsa de tomate y curry, resulta ser tan apetecido por los alemanes y por qué gusta más que sus vehículos.
Puede que los muy inquietos reporteros ingleses, con su peculiar sentido del humor cargado de sátira, se hayan divertido mucho con el enfoque dado a las notas empresariales. Pero la realidad dista mucho de desatar risas, sobre todo en la principal potencia económica europea.
Varias cosas preocupantes han sucedido en Alemania tras haber dejado atrás su dependencia energética de Rusia. Al castigar la cruenta invasión a Ucrania, los alemanes querían enviar un mensaje claro que no seguirían engordando los bolsillos de Vladimir Putin para financiar el conflicto, que deja ya casi un millón de víctimas.
Pero cortar el cordón umbilical energético que la mantuvo unida a Rusia por décadas dejó a Alemania en el peor de los mundos y sin un plan B claro.
Casi al mismo tiempo que le decía a Rusia que ya no eran bienvenidos sus muy baratos y disponibles petróleo y gas, el país también estaba completando las últimas fases del desmantelamiento de sus plantas nucleares de generación eléctrica para pasarse a la energía “verde”.
La combinación de ambas decisiones dejó a Alemania con una crisis de altos precios de la energía, mientras su poderoso aparato industrial y los hogares pedían más y más electricidad.
Un informe de la gigante consultora mundial Price Waterhouse and Coopers indicó que, si el parque nuclear que estaba en funcionamiento en Alemania en el 2010 no se hubiera cerrado, el precio promedio de la electricidad sería un 23% más barato.
No se necesita ser muy experto para concluir que eso significa pérdidas por centenares de miles de millones de euros para un país de ese tamaño, aparte de otros problemas.
La seguridad también desmejoró. Antes de la pandemia, tanta energía disponible permitió a Alemania gozar de una prosperidad poco comprable con la de sus otros vecinos en el Viejo Continente, con el consecuente mejoramiento de ingresos y salarios.
Pero desde el año pasado, reportes de criminalidad han ido en aumento, por lo menos a niveles no vistos en la última década.
The Local Deutsche reportó hace casi un año un aumento de la delincuencia en Berlín; Deutshe Welle informó de llamados de la policía a mantener zonas libres de cuchillos en las ciudades; y Buten un Binnen tituló “Mucha delincuencia y muy poco personal”, para encabezar un reporte en torno al llamado del jefe de la policía de Bremen sobre el aumento de todo tipo de robos.
A comienzos de este mes, los periodistas extranjeros en Berlín, Chris Reiter y Will Wilkes, publicaron el libro “Broken Republik: la historia interna de la caída de Alemania en la crisis”, que desarrolla una crítica implacable a la situación del país.
Allí, ambos comunicadores cuentan que, durante mucho tiempo, la recuperación de Alemania tras la guerra fue una historia inspiradora. Europa, especialmente, admiraba y envidiaba cómo la nación se reconstruía y sentaba las bases para el resto del continente.
Mencionan la manera en que firmas como Mercedes-Benz, Siemens y Bayer se convirtieron en titanes globales, mientras que los líderes políticos del país se ganaban el respeto mundial.
Pero Reiter y Wilkes afirman que, incluso en su apogeo, había indicios de problemas, con una preocupante falta de identidad nacional.
Los autores señalan que, cuando los acontecimientos empezaron a volverse en contra de Alemania, todo el edificio empezó a derrumbarse, sin que los líderes políticos y empresariales, en su statu quo, pudieran prever las dificultades que se avecinaban.
Ahí siguieron el fraude de los vehículos de casi cero emisiones de gases contaminantes de Volkswagen, lo que manchó su reputación industrial; el abandono de la energía nuclear; y una creciente brecha entre ricos y pobres, lo que avivó muchas tensiones.
Los países son conscientes de que existen señales de alerta y que hay que actuar antes de que los problemas se vuelvan incontrolables. Alemania se lleva muchas lecciones que deben ser también analizadas con mucho cuidado.
@javimozzo